9/7/16

un texto patriótico...

   


   El acta de la Declaración de la Independencia del 9 de Julio de 1816 - junto con la Constitución de 1853 - es el documento más importante de la vida institucional del país. Pero ese papel tan valioso desapareció. Lo robaron.
    Cuando los diputados en Tucumán proclamaron la Independencia, una de las disposiciones inmediatas fue enviar diversas actas de variado contenido a Buenos Aires. El Congreso comisionó a un oficial porteño, el ayudante mayor del regimiento 8, Cayetano Grimau y Gálvez, de 21 años, para que transportara los documentos desde Tucumán. Convertido en chasqui militar, Cayetano partió a caballo y sin escolta.
Grimau hizo una escala en la ciudad de Córdoba. El gobernador cordobés - el coronel José Javier Díaz, artiguista y enemigo de Buenos Aires - le ofreció un soldado para que lo acompañara. Grimau aceptó gustoso. Pero poco podía esperarse de su nuevo compañero en caso de peligro, ya que no estaba armado.   Tan desarmado como Grimau, quien apenas portaba un sable roto.
     En el camino a Buenos Aires, Grimau y su compañero se toparon con tres hombres, cuyo líder era José "el inglés" Joyce, soldado de Artigas. El chasqui de la Independencia desconfía del trío que se había aparecido en medio de la nada, pero ellos le explicaron que llevaban correspondencia del gobernador de Córdoba para Artigas, y los dos grupos continuaron la marcha juntos.
     En la mañana del 2 de agosto de 1816, cerca de la posta de Cabeza de Tigre, en Córdoba, los jinetes se toparon con una galera. En ella viajaba el sacerdote Miguel Calixto del Corro, diputado por Córdoba en el Congreso de Tucumán, quien llevaba una escolta personal de seis hombres armados con espadas y pistolas. El diputado tenía mas custodia que las actas del Congreso de la Independencia.
     Joyce y del Corro hablaron a solas. Mientras Tanto, Grimau se bajó del caballo y se fue a resolver ciertos problemas intestinales en un yuyal. En eso estaba el chasqui de la Independencia cuando el Inglés le puso un trabuco en la espalda - mientras otro lo amenazaba con un facón - y le ordenó que entregara todos los papeles que llevaba. La nutrida escolta de la galera no movió un pelo. Joyce aseguró que cumplía ordenes del diputado del Corro. Ejecutado el robo, el Inglés y sus secuaces huyeron con las actas en su poder. El soldado desarmado que acompañaba a Grimau anunció entonces que regresaría a Córdoba, argumentando que estaba enfermo y que ya no tenía que custodiar. Se fue con el diputado y sacerdote cordobés, que continuó su viaje en galera como si nada hubiera ocurrido. Por su parte, el Inglés siguió su ruta sin prisa, demostrando que actuaban con impunidad.
     La noticia provocó revuelo en el gobierno porteño y en el Congreso. Las sospechas apuntaban a del Corro, por su buena relación con los artiguistas y por su inacción durante el robo. En Tucumán hubo fuertes enfrentamientos verbales entre los diputados cordobeses y el resto.
     A pesar de las imputaciones y de la investigación que se puso en marcha, nunca pudo probarse con certeza si fue Artigas quien se quedó con las actas. Aunque sí se halló una carta del caudillo dirigida al cabildo de Montevideo, el 18 de agosto, dos semanas después del robo. En ella, Artigas habla de una comunicación que viajaba a Buenos Aires y que fue interceptada por su gente en Santa Fe. Como menciona otra provincia, y no la de Córdoba, no ayuda a cerrar ninguna hipótesis. Y la única certeza de toda esta relación es que el documento más trascendente de la historia argentina jamás apareció. Lo que hoy se nos presenta como tal son simples copias del original.


38. EL ROBO DEL ACTA, "Espadas y Corazones", Daniel Balmaceda.

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